jueves, 28 de agosto de 2014

Lactancia y Vínculo Afectivo: Tierra fértil donde brota el desarrollo humano


Por Javier Ahumada Guerrero
Interno Psicología, Universidad Central.


A propósito de la pasada semana de la lactancia que se celebró en el Cesfam Garín, sería importante abordar en mayor profundidad algunas de las consecuencias que conlleva este período en el desarrollo humano. Esta es un etapa crítica, una de los más relevantes en la historia vital de las personas. Además de todos los aportes a nivel biológico se podría decir que es en este espacio en donde se prepara la tierra para que se puedan desarrollar los aspectos cognitivos, afectivos y sociales. Las características de este brote se irán construyendo en este primer espacio de interacción entre la madre y el bebé. En este sentido, dependiendo de lo que ocurra en la relación madre-hijo se delineará si dicha tierra será fértil o árida.


El Ministerio de Salud (2014) define la lactancia como una forma de alimentación que tiene múltiples aportes positivos, tanto biológicos como psicológicos. A su vez, la Organización Mundial de la Salud (2014) la define como la forma ideal de aportar los nutrientes necesarios que el bebé necesita para poder desarrollarse de forma saludable.

Sin perjuicio de lo anterior en esta oportunidad me gustaría poder poner la atención sobre un proceso implícito que ocurre durante la lactancia, que es el proceso de vinculación entre la madre y el bebé, ese fluir de interacciones cotidianas que van a regular la forma en que los niños se enfrenten a su vida en sus áreas emocionales, cognitivas y sociales; esto es el vínculo afectivo.
Podríamos agregarle a las definiciones antes mencionadas que la lactancia es un espacio relacional que invita a dos sujetos, la madre y el hijo, a un encuentro íntimo, un contacto corporal y afectivo de interacciones recíprocas, donde se entreteje el vínculo afectivo en el bebé y se reafirma o redefine el de la madre. Partiendo de la base de que el ser humano es un ser social, el vínculo afectivo lo podemos entender como una serie de conductas innatas que en su complejidad buscan el mantenimiento de la proximidad (Miró en Crittenden, 2002).


El niño recién nacido, hasta los dos años, se conoce a sí mismo y al mundo desde la experiencia corporal  Este es un proceso paulatino y progresivo que va desde el sentir de los cambios fisiológicos de su propio cuerpo, al explorar el mundo con sus propias manos, boca, piernas, etc. En otras palabras con el contacto. Es por esto que el niño conoce y reconoce desde el tocar las cosas. Entonces, es importante tener en cuenta que la relación entre el niño y la madre es principalmente corporal.

De este modo la lactancia es un espacio vital importante para la experiencia del niño, ya que el acto natural de sostener al bebé para amamantarlo lo sitúa en un espacio corporal que da calidez, confianza y amor, lo que para el niño será muy reconfortante y le permitirá sentir que está en un espacio seguro, desde donde  podrá desplegar todas sus potencialidades afectivas y cognitivas. Entonces, la forma en cómo la madre interactúe en términos corporales con su hijo va a ir conformando las primeras bases de su vínculo afectivo. 

Sin entrar en contradicción con lo anterior, es importante recalcar que, si bien para el niño no hay sentido en las palabras en cuanto a su significado, el hablarle al niño supone un intenso estímulo para su desarrollo neuropsicológico. 

El bebé puede elaborar una expectativa única y subjetiva sobre la disponibilidad y la capacidad de respuesta de la madre. A esto, en psicología, se le conoce como calidad del vínculo (Miró en Crittenden, 2002). En otras palabras, el bebé organizará su experiencia con su madre en función de las conductas que ésta tenga, mediante el cual pueda responder o no a sus necesidades. Por ejemplo, el hecho de que el bebé tenga hambre supone una experiencia amenazante para éste. Es una experiencia de supervivencia, pero también de dependencia, ya que el niño no puede obtener los alimentos por su propia cuenta. Es por esto que depende de la capacidad de la madre de responder a esta necesidad, cómo el niño evaluará su experiencia afectiva. 

A su vez, el vínculo afectivo debe ser entendido como un proceso de aprendizaje de regulación emocional, cognitiva y social (Crittenden, 2002). En otras palabras, a través de este espacio el niño aprende a tolerar la frustración, a expresar o inhibir su vivencia emocional, la capacidad de regular la intensidad de sus afectos, la posibilidad de tener un contacto íntimo y genuino con sus propios afectos y la de los otros, pero también puede aprender a expresar falsos afectos, expresar de forma desregulada sus emociones, hasta alcanzar la psicopatía.

Los estudios en la psicología del niño dan cuenta de que los niños pueden tener dos tipos de vínculo afectivos, a saber: el vínculo seguro y el inseguro. El vínculo seguro se caracterizaría por la percepción del niño mediante la cual la madre sería capaz de responder y estar disponible frente a las necesidades del niño. Estos niños son capaces de integrar armoniosamente sus afectos y sus pensamientos, tiene perspectiva de un otro y empatizan con él, reconocer y expresan eficazmente sus emociones. El vínculo inseguro sería la percepción que tendría el niño frente a la negligencia, la no disponibilidad de la madre a las necesidades del bebé. De este tipo de vínculo se han podido distinguir otros dos tipos:

a)    Vínculo Evitativo:
Estos niños se caracterizan por percibir el cuidado de su madre como una amenaza frente a sus necesidades. Esto se explica en madres que rechazan la búsqueda de apego por parte de sus hijos. Rechazan, ignoran o no pueden responder a las necesidades de afecto. Pueden ser madres que para ellas mismas el contacto afectivo les resulte  algo complejo que manejar, madres que no están disponibles por enfermedad, etc. El bebé entenderá entonces que su propia expresión emocional conlleva consecuencias negativas, por ejemplo que la madre se enoje, se frustre o llore frente al requerimiento de su hijo. En otras palabras el niño experimentará el rechazo materno frente a sus propias señales afectivas. Esto conlleva que el niño aprenda a evitar expresar sus emociones (Crittenden, 2002).

En suma, los niños con vínculo evitativo no pueden distinguir el significado de las señales afectivas y aprenden a inhibir sus propias señales de deseo (Crittenden, 2002). Son niños que se caracterizan por desconfiar de la experiencia emocional, son altamente cognitivos, tienden a usar frecuentemente conductas encantadoras para adelantarse a las situaciones conflictivas y agradar a sus padres, muchas veces no saben cómo decir lo que sienten, pero saben identificar la emoción del otro. Es aquel típico niño que parece más maduro que el resto de su edad, quien tuvo que desplazar su espontánea expresión emocional característica de su edad por un control excesivo de su conducta y su sentir.

b)   Vínculo Ambivalente:
Los niños con un vínculo ambivalente se caracterizan por percibir las conductas de sus madres como inconsistentes. Esto se expresa en madres que se comportan de forma impredecible frente a las expresiones emocionales del bebé, algunas veces consuelan, otras se enfadan, otras son ineficaces, etc. Para el niño esto es muy confuso. No puede interpretar claramente lo que percibe de los demás. En otras palabras su cognición falla. Y falla también para poder regular y expresar eficazmente sus emociones. Esta situación los mantienen en un nivel de activación lo suficientemente alto como para producirles mucha ansiedad e ira (Crittenden, 2002)

El niño, de este modo, frente a su deseo de contacto emocional con su madre, podría sentir una intensa ira hacia ella pero también un profundo miedo a perderla, debido a esta ira. Este miedo responde a lo siguiente: el bebé al estar en un estado confuso frente a la inconsistencia de su madre, se activa intensamente. Por lo general esta irritación es rechazada por las madres, ya sea por su frustración, su incapacidad de controlar la situación o por negligencia, a lo que el niño experimentará dicha situación como una anticipación a perderla. De este modo el comportamiento del niño es desorganizado e intenso, ya que no sabe cómo hacer para captar la atención de su madre (lo que lo lleva a actuar de forma descontrolada) y no puede predecir las conductas de ésta.  

Por lo general estos niños son catalogados como inquietos, desordenados e, incluso, con un trastorno de déficit atencional e hiperactividad, pero es necesario indagar en el patrón vincular que tenga este niño con su madre ya que esto podría estar influyendo en su comportamiento.
Como puede observarse el tema del vínculo afectivo es algo complejo. Es una instancia difícil tanto para el bebé como para la madre. Si bien el vínculo es un proceso que se asienta principalmente en el período de lactancia, este es algo que se va confirmando y redefiniendo a lo largo de todo el desarrollo vital de las personas.

Cada tipo de vínculo tiene sus características básicas que van conformando la narrativa de las personas. En este sentido no hay un tipo de vínculo que sea malo o bueno. Todos tienen sus condiciones que limitan y posibilitan diversas oportunidades para la vida de las personas. Es importante destacar, en esa línea, que a medida que se va conociendo y re-conociendo la forma particular en que se está vinculando el niño, este proceso debe conllevar un espacio de aceptación, respeto y amor.

A pesar de que las madres intenten hacer todo lo posible por darles lo mejor a sus hijos, el cómo vivirá el vínculo afectivo dependerá muchas veces de factores que no dependen exclusivamente de ella. Esto es importante ya que las madres no son sólo madres, son mujeres, personas legítimas que tienen sus propios afectos, sus propios estilos vinculares, una vida social, trabajan, tienen familia, pareja, problemas económicos, etc. Estos son factores que van regulando la posibilidad de respuesta de las madres, en la medida que pueden hacer que ellas se frustren, se estresen, se cansen o se irriten más fácilmente. De este modo es importante señalar que aquellas sensaciones negativas propias del proceso de crianza son parte de este complejo proceso. Es natural que las madres se frustren, se sientan tristes, se alegren, lloren, rían, etc. En otras palabras, que sientan un abanico de variadas emociones.

Es importante entonces que las madres aprendan también a re-conocerse, estén atentas a lo que a ellas les ocurra para que puedan anticiparse a situaciones de estrés que conlleven un mal trato a sus hijos.  Así podrán pedir la ayuda oportuna a sus familiares, amigos, pareja, etc.

El desarrollo del niño no se desenvuelve únicamente con la madre. Si bien es la relación más importante para su desarrollo, la inclusión de otros familiares, como el padre, hermanos, primos, tíos, abuelos, permite que la estimulación social y el aprendizaje de la regulación del bebé sean más ricos, lo que conllevará un crecimiento más saludable. En otras palabras, se hace un llamado a la familia entera a que se haga responsable de esta etapa que conlleva tantos cambios, que requiere adaptarse y re-organizar la experiencia en nuevas estrategias, nuevos sentires y pensamientos que permitan el brote de las potencialidades de cada niño y niña.



Equipo de Salud Mental
Cesfam Garín

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