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lunes, 18 de mayo de 2015

Depresión y Entorno Familar

Ignacio Revuelta. CS Rafael Alberti. GdT en Salud Mental. SoMaMFYC

A pesar de todos los cambios sociales de los últimos tiempos la familia sigue siendo el lugar al que recurrimos los individuos para satisfacer nuestras necesidades de seguridad física y emocional, salud y bienestar. Es frecuente que nosotros (e incluso los médicos que nos atienden) demos poco valor al papel que el entorno familiar juega en los procesos de enfermar. Recordemos algunas de las influencias de la familia sobre la salud:
La familia es la fuente principal de nuestras creencias y pautas de comportamiento relacionadas con la salud.
Las tensiones que sufre la familia en el esfuerzo de adaptarse a las distintas etapas vitales por las que atraviesa pueden repercutir en la salud de sus miembros
La familia y sus miembros pueden sufrir los déficit y las sobrecargas de la convivencia con el enfermo, aumentando el riesgo de desarrollar sus propios síntomas.
Las familias son un recurso valioso y  una fuente de apoyo para el adecuado tratamiento de la enfermedad

¿CÓMO SE RELACIONAN FAMILIA y DEPRESIÓN?

  Desde esta perspectiva vamos intentar aclarar en lo posible qué papel juega el entorno familiar en la enfermedad depresiva y qué pautas puede seguir la familia que desea ayudar a la recuperación de un enfermo con depresión.

La familia como “causa”

Durante la infancia, un estilo educativo culpabilizador y muy crítico, con bajo nivel de afecto por parte de los padres (sobre todo de la madre), acompañado de un alto grado de control, puede predisponer a la aparición de cuadros depresivos en la edad adulta.
Distintas enfermedades, entre otras la depresión, suelen ir precedidas de un aumento de sucesos vitales estresantes. La pérdida del empleo, un fallecimiento, una separación o incluso unas Navidades pueden ser una fuente importante de estrés. La mayoría de estos acontecimientos (y 10 de los 15 más estresantes) ocurren en el seno de la familia. Asimismo tener la vivencia de que nuestra familia no ejerce adecuadamente su función de apoyo material y afectivo pude favorecer la aparición de un cuadro depresivo.

        Tenemos que estar especialmente alerta ante algunas situaciones y, en el caso que nosotros o alguien de nuestro entorno se sienta desbordado, o comience a presentar síntomas depresivos, no debemos dudar en acudir a la consulta de nuestro médico:

       a.   Infancia: perdida o separación paterna, perdida del contacto familiar por internamiento  o ingreso.    
b     b. Adolescencia: separación de los padres, del hogar o de la escuela                                                      c. Adultos jóvenes: ruptura de pareja, embarazo (especialmente primigestas) o aborto, nacimiento de un niño disminuido, pérdida de trabajo, pérdida de un progenitor, emigración.                                             
               D. Adultos ancianos: jubilación, pérdida de funciones físicas, duelo, pérdida del ambiente familiar (ingresos o institucionalización), enfermedad o incapacidad de familiares cercanos.

La familia como “recurso”

Sabemos que el hecho de poseer unas buenas redes y apoyos sociales favorece una mejora de la salud de forma directa, además de amortiguar los efectos adversos del estrés. La fuente más importante de apoyo social suele ser la familia.
Diversos estudios avalan la idea de que en la depresión mayor, la presencia de apoyo de familia y amigos se asocia a una mejor recuperación. Incluso en lo referente al tratamiento, tener una satisfactoria relación de pareja mejora la respuesta a los antidepresivos cuando éstos  están indicados, además de mejorar la adherencia al tratamiento.

¿Cómo puede la familia colaborar en la recuperación?

A través de los profesionales que atienden su familiar con depresión la familia debe obtener información para:

1.       Comprender la enfermedad: qué es y a qué se debe, cuales son los síntomas y el pronóstico
2.       Recibir instrucciones sobre qué no hacer: no juzgar o culpabilizar al paciente, no forzarle a animarse o a hacer cosas, no infravalorar la enfermedad, no sustituir a la persona deprimida en todas sus tareas.
3.       Aprender cómo prestar apoyo: ayudando a aceptar la enfermedad, favoreciendo la adherencia al tratamiento, ofreciendo comprensión y reforzando los pequeños logros..
4.       Prestar atención a la situación de los menores, tanto en lo referente a sus cuidados básicos como a su evolución psicológica y comportamental. Es mejor explicar a los hijos qué está sucediendo de forma clara y sencilla, advirtiendo de los cambios y evitando generar en ellos sentimiento de culpa. Si se detectasen alteraciones en el comportamiento o problemas escolares pude ser necesaria la consulta con el pediatra o incluso con un psicólogo especializado en infancia.

Colaborando con el médico

         La familia puede cooperar aportando información sobre  la estructura y funcionamiento familiar. Debe contribuir a que el enfermo realice correctamente el tratamiento y acuda a sus citas de seguimiento, alertando de la aparición de síntomas de alarma.
        Dos situaciones en las que el papel de la familia es más relevante son en el caso de que su familiar con depresión  precise un ingreso o manifieste ideas de suicidio. No hay que tener miedo a preguntarle sobre sus intenciones si el enfermo hace comentarios en este sentido y en el caso  de que las ideas de suicidio sean persistentes o tenga un plan elaborado, no dejarle solo y buscar ayuda. Especialmente hay que vigilarle durante las primeras semanas de tratamiento.

Buscando apoyo

Es importante afrontar las preocupaciones y sentimientos de los distintos miembros de familia, prestarse apoyo mutuo e intentar controlar las situaciones generadoras de estrés. La atención del familiar deprimido no puede reducir el necesario autocuidado de los propios familiares. Otro aspecto importante es luchar contra el estigma de la enfermedad mental. El miedo a los juicios de amigos y vecinos, el sentimiento de vergüenza ante una enfermedad que no siempre se comprende puede favorecer conductas de ocultación y aislamiento que en nada benefician la recuperación.

BIBLIOGRAFÍA
De la Revilla L (Director). Curso de atención a la familia en la práctica clínica. FMC 2000; 7 Supl9
Grupo de trabajo de salud mental PAPPS. Guía de Salud Mental en Atención Primaria. Barcelona: semFYC;2001.
Recomendaciones también disponibles en: http://www.papps.org/recomendaciones/menu,htm
McDaniel, S.; Campbell, TL.; Seaburn, D.B. Orientación familiar en atención Primaria. Manual para médicos de familia y otros profesionales de la salud. Barcelona: Springer, 1998.



miércoles, 7 de mayo de 2014

Depresión

Comparto texto de Diplomado en Salud Familiar
 

La depresión es tan antigua como la humanidad misma. Durante muchos siglos fue manejada por amigos, brujos, sacerdotes, etc. y tratada con todo tipo de pócimas, brebajes, baños y cambios de ambiente, entre otros.

La historia del concepto de la enfermedad, asociada a los desórdenes del afecto, comenzó en la medicina occidental con el concepto de “melancolía”. Se le consideró como una perturbación de la mente caracterizada por una gran tristeza sin causa aparente y se le atribuyó a un “exceso de la bilis negra”. La historia de los desórdenes afectivos revela un calidoscopio de opiniones médicas pero con ciertas constantes unificadoras. La fórmula de “la gran tristeza sin aparente ocasión" y "la mente fija sobre un solo pensamiento" ha sido repetida a menudo desde el siglo V A.C. hasta el presente en la literatura médica occidental.

Actualmente, la depresión es uno de los problemas “emblemáticos” de salud mental en Atención Primaria. Esto debido a la prevalencia con que la encontramos en nuestros usuarios pero, por sobre todo, por su multicausalidad y la multiplicidad de factores asociados, que van desde elementos propios de la persona (biológicos, psicológicos), del contexto en el que se encuentra y de elementos más estructurales como los determinantes sociales de salud.

La depresión afecta la vida cotidiana del individuo, su familia y entorno. Como concepto agrupa una serie de síntomas: afectivos (tristeza patológica, decaimiento, irritabilidad, sensación subjetiva de malestar e impotencia frente a las exigencias de la vida), cognitivos y somáticos, siendo estos últimos la forma de presentación más habitual de esta patología en la atención primaria. Esto nos lleva a una focalización de la búsqueda en factores orgánicos, olvidando que tras de una policonsulta de una patología crónica descompensada puede esconderse una depresión. La exploración del motivo de consulta debe equilibrar la búsqueda de estos tres síntomas, que estarán mediados por elementos orgánicos, biográficos, de contexto familiar y social.

Esto nos plantea un tremendo desafío como equipo de atención primaria: ¿Cómo hacer un diagnóstico y una intervención efectiva, pertinente y con sentido para nuestros usuarios? ¿Qué expectativas tiene un usuario con depresión de nuestra intervención en atención primaria? ¿Cómo debe ser nuestra relación de ayuda? ¿Qué elementos incorporar en el tratamiento?

Ocurre muchas veces en el cotidiano del hacer médico, que cuando se presenta un paciente con algún síntoma que pueda estar asociado a depresión, hacemos una exploración desde el plano biológico, que es quizás el terreno que mejor conocemos, y dejamos para un segundo momento la exploración psicosocial, o derivamos a profesionales de esa área, porque sentimos que no tenemos las herramientas suficientes como para abordarlo. Esto también se asocia a que el propio concepto de depresión es amplio y heterogéneo, y además nos remite a significados que están presentes en el imaginario social. Entonces, es importante reflexionar sobre qué entendemos por depresión, más allá del conjunto de síntomas que ésta agrupa y que no siempre son abordables por los instrumentos diagnósticos, relevando la importancia de la escucha activa y de las habilidades comunicacionales que nos permitan una mejor comprensión de la vivencia de la enfermedad.

Pero no podemos olvidar que hay muchos elementos relacionados con la depresión que no dependen sólo de nuestro accionar clínico en nuestro box. Los elementos sociales, culturales, el entorno donde está nuestro paciente, condiciones adversas de vida, eventos estresantes que son parte de su biografía, la estigmatización que vivencian los pacientes con problemas de salud mental, el imaginario social que se asocia a la depresión, trascienden la intervención que podamos hacer en nuestro centro de salud, siendo necesarias acciones a nivel de políticas públicas en donde nosotros podemos aportar sensibilizando, haciendo abogacía y haciendo visible el problema.

En este módulo pretendemos aportar elementos que permitan una mirada más integral, con una exploración y un diagnóstico que considere los diferentes factores que se interrelacionan con el paciente, su familia y entorno; como asimismo elementos para un trabajo integrado y conjunto con el equipo de salud y las redes existentes en la comunidad, contribuyendo a ampliar la gama de posibles intervenciones efectivas en nuestra relación de ayuda, y movilizando la reflexión colectiva para que nuestro accionar con usuarios con depresión traspase las paredes del box de atención.