Los movimientos en defensa de la vuelta a la
lactancia materna llevan al articulista a poner de manifiesto las
consecuencias insanas y económicas de la práctica alternativa que,
incluso, han llevado a considerar impúdico dar de mamar en público.
Del termómetro al biberón
El termómetro de mercurio permitió medir la temperatura corporal con
facilidad y eso cambió la percepción de la fiebre. De algo molesto pero
positivo pasó a algo molesto y negativo. Con ello se justificó la
intervención médica, la venta de la aspirina y otros antitérmicos y el
negocio de la industria farmacéutica.
Con el invento del biberón (mamadera, mema, mamila, pepe, pacha,
tetero) sucedió lo mismo, que se convirtió en modelo de modernidad e
instrumento de transmisión de una ideología que hace importante el
trabajo de los médicos pediatras y el negocio de la industria
alimentaria.
Ambos inventos son de comienzos del siglo XVIII y ambos se
popularizaron en el siglo XX. El termómetro, de la mano de Bayer y de la
aspirina, y el biberón de la mano de Nestlé y de sus leches
artificiales. Ambos inventos tienen sus beneficios, pero lo que
predomina son sus daños. Los antipiréticos llevan haciendo daño desde el
principio del siglo XX, las leches artificiales desde mediados del
siglo XX.
Los médicos pediatras negociantes han sido los principales agentes
tóxicos en la transmisión de las ideas contra la fiebre y a favor de la
lactancia artificial.
Ahora los pediatras se han sumado a las campañas de
promoción de la lactancia natural pues siempre los hubo razonables entre
ellos
Tales ideas médicas “cuadran” con las expectativas de una población
que busca la comodidad y el efecto rápido de las intervenciones
sanitarias. Lo que se quiere es eliminar todo problema con respuestas
inmediatas y radicales. ¿Molesta la fiebre? Un antitérmico (¡o un baño!)
y se acaba de raíz con la incomodidad. ¿Exige una presencia y
organización la lactancia materna? Sin duda, un biberón y leche
artificial y se resuelve por completo la cuestión.
Ambas ideas médicas “cuadran” con los intereses de una especialidad
que se ha expandido sin justificación desde el hospital a la consulta
ambulatoria, con los deseos de una población que aspira a vivir sin
inconvenientes y, sobre todo, con los intereses de los accionistas de
las industrias que ponen el beneficio monetario por delante de la salud
de pacientes y poblaciones.
También cuadran estas dos ideas con los deseos de empresarios y
políticos de disponer de una mano de obra constante, como si fueran
robots. Humanos insensibles a la fiebre, humanos que no precisan dedicar
tiempo a la crianza. Humanos cuasi-esclavos, humanos “normalizados”,
previsibles y descartables. Humanos sin sexo, ni mamas, ni lactancia
materna. Humanos de horarios continuados y extensibles. Humanos sin
derechos. Humanos inhumanos. Humanos controlados hasta en sus cuerpos
(“biopolítica”).
Desde el punto de vista del negocio pediátrico parece que todo ello
es fácil y sin consecuencias negativas. La cuestión es distinta desde el
punto de vista de la clínica y de la salud pública. El abuso de
antitérmicos complica la evolución de las enfermedades infecciosas,
reduce el riego coronario y provoca infartos de miocardio y el “bajar”
la fiebre bruscamente conlleva la alteración profunda de los mecanismos
termo-reguladores. Del mismo modo, la lactancia artificial incrementa
las infecciones y especialmente las diarreas, sobrecarga la economía
familiar, elimina el contacto físico y los vínculos psicológicos de “dar
la teta” y hace al bebé dependiente del suministro de agua potable.
Las industrias establecieron firmes enlaces con los pediatras
negociantes desde el comienzo de la especialización, y así seguimos más
de un siglo después, por ejemplo con el estrecho vínculo con las
industrias farmacéuticas productoras de vacunas y las industrias
alimentarias tipo “galletas dinosaurios”, leches artificiales y demás.
En España medio supermercado lleva el logo de la Asociación Española de
Pediatría, la misma que defiende cada nueva vacuna por más esotérica que
sea. Ya se sabe, quien paga manda.
De los pediatras negociantes a los censores religiosos
Dar la teta es natural y bueno y, por tanto, dos veces bueno. Lo
único, que hay que dar la teta cuando el bebé lo pide y eso puede ser
muchas veces en lugares públicos.
Dicen que una consecuencia de dar poco la teta en la primera infancia
es luego la adoración extrema de las mamas. Pudiera ser, pero desde
luego cada vez es menos erótico el desnudo pectoral y más “caliente” su
velada exhibición. Lo vemos en las piscinas y playas de medio mundo. En
todo caso, la exhibición mamaria es cosa de cada día con los sostenes
que “empujan” y las camisetas que “traslucen”. El erotismo está en la
mirada a la intuida presencia más que en la exposición directa
escabrosa.
Han desaparecido, pero no del todo, aquellos pediatras que defendían
la alimentación artificial con leches de otras especies y que alababan
el “engorde” de los bebés como si fueran cerditos. Ahora los pediatras
se han sumado a las campañas de promoción de la lactancia natural pues
siempre los hubo razonables entre ellos y al final se han logrado
imponer, aunque las leches artificiales siguen siendo básicas en los
presupuestos de las sociedades “científicas” del ramo. Ahora la
oposición parte de una censura religiosa retrógrada que ve la lactancia
materna en público como actividad impúdica.
Hay que ser pervertido para ver impudicia en la alimentación a la
teta hecha habitualmente con recato en ambiente tranquilo que favorezca
la succión del bebé. Quien vea este acto natural y sano como impúdico no
se extrañará que las mujeres sean obligadas a llevar el burka en
Afganistán. Son formas de represión similares por más que se quieran ver
como dispares. Los cristianistas censores de la lactancia natural son
tan fundamentalistas como los islamistas represores de la mujer.
Por extraño que parezca, hay redes sociales, como Instagram y
Facebook, en que se han censurado las fotografías en las que una mujer
estaba dando de mamar. Ha sido política de Facebook pero también
iniciativa de usuarios que se quejaban de la obscenidad de la
“exhibición” de pechos femeninos en tales imágenes. Hay que ser obsceno y
obseso para reclamar contra fotografías de madres amamantando como si
fueran exhibiciones mamarias en puticlubs.
Afortunadamente, tal censura empezó a cambiar en Facebook en 2014
http://www.abc.es/tecnologia/redes/20140618/abci-facebook-permite-mujeres-pechos-201406181844.html
Esta represión no es privativa de las redes sociales, pues también se
ha dado en otros ámbitos, como tiendas de ropa y aviones comerciales
http://elventano.blogspot.com.es/2013/08/primark-no-deja-amamantar-bebes-ni-en.html
http://lactanciaenlibertad.org/noticias/el-pais/
Hay pervertidos censores que querrían ver a los hombres y mujeres
separados para siempre desde el nacimiento hasta la muerte (¡incluso en
las escuelas!), envueltos en burkas y con las mamas y los genitales
externos mutilados. La religión es lo que tiene, que cría extremistas
cuya censura no tiene fin. Querrían secuestrar a las mujeres que
amamantan para que lo hicieran recluidas en sus casas. Hemos pasado de
pediatras promotores de alimentación artificial a fundamentalistas
censores de la lactancia materna.
Lactancia materna, el efecto pernicioso de “medir y pesar” al bebé
La lactancia natural es parte de la alimentación del
humano en los primeros días de existencia y por ello en los países en
desarrollo puede evitar millones de muertes
“Medir y pesar” al bebé es actividad con beneficios y perjuicios,
como toda actividad médica. Pero en niños sanos “medir y pesar” es
actividad que no aporta nada, salvo negocio a los pediatras negociantes y
a sus industrias. El bebé sano no debería ser visto por ningún pediatra
pues lo “intoxica” en su afán de determinar exactamente su grado de
salud.
El fomento de la lactancia natural es una actividad de prevención
primaria. La lactancia natural es parte de la alimentación del humano en
los primeros días de existencia y por ello en los países en desarrollo
puede evitar millones de muertes. En los países desarrollados, y
siempre, ayuda a que los niños sean más sanos sin engordar en exceso. Es
decir, los niños criados al pecho derrochan bienestar sin ser
rechonchos. Lamentablemente, la gordura del niño se interpreta todavía a
veces como signo de salud y en este sentido ganan los niños criados con
leche en polvo (“piensos compuestos, artificiales”) y por ello para
fomentar la lactancia natural hay que reforzar a la madre respecto al
efecto comparativo a favor del peso y altura (no de la salud) entre
niños criados al pecho y niños criados con leches artificiales.
“Medir y pesar” al niño sano va en contra de la lactancia natural, va en
contra de la salud del niño, va en contra de la crianza saludable, va
en contra de la salud de la madre, va en contra de la salud pública.
“Medir y pesar” al niño sano es parte de la biopolítica que pretende
controlar globalmente al humano a través del control de su cuerpo.
La lactancia natural es buena para el lactante pues satisface su
instinto de mamar al tiempo que le une a la madre, le aporta bacterias,
anticuerpos, hierro y ácidos grasos de cadena larga (fundamentales para
la maduración cerebral), está siempre a la temperatura ideal, tiene
variedad en el gusto dependiendo de las comidas y bebidas de la fuente,
es de uso reservado y exclusivo, hay “barra libre”, es muy digestible,
hay “dos por falta de una”, la succión ayuda al desarrollo dental sano y
su consumo se asocia a menor incidencia de estreñimiento y de muerte
súbita en el presente, y en el futuro a menor incidencia de enfermedades
varias, como asma y otras.
La lactancia natural es buena para la madre, ya que crea fuertes
vínculos con el bebé, es placentera y gratuita, se transporta sin coste
adicional, se “prepara” al instante, en su punto y sin cacharro alguno
que llevar ni limpiar, es compatible con otras actividades (charlas,
conferencias, clases, televisión, cine, teatro, disfrute del aire libre y
más), genera orgullo y autoestima de “madre”, produce admiración en los
varones, ayuda a recuperar el peso previo al embarazo, mejora la
involución del útero, frena la ovulación (lo que ayuda al disfrute de la
sexualidad sin temor a embarazo), provoca respeto y envidia en las
mujeres (hasta cierto punto), y conlleva menor incidencia de anemia en
el presente y menor incidencia en el futuro de problemas varios de
salud, cáncer de mama incluido.
“Medir y pesar” al bebé sano es parte de la biometría que justifica
la biopolítica. Se pretende controlar a los humanos controlando sus
cuerpos y los médicos cumplen funciones insanas al implantar, defender y
difundir “pesos y medidas” que van contra lo bueno y natural, como la
lactancia materna.
¡Pobres madres y pobres bebés sanos, expuestos innecesariamente a los
gramos y centímetros de rigurosos y perjudiciales percentiles de falsa
apariencia científica!