Por Javier
Ahumada Guerrero
Interno Psicología, Universidad Central.
A
propósito de la pasada semana de la lactancia que se celebró en el Cesfam
Garín, sería importante abordar en mayor profundidad algunas de las consecuencias
que conlleva este período en el desarrollo humano. Esta es un etapa crítica,
una de los más relevantes en la historia vital de las personas. Además de todos
los aportes a nivel biológico se podría decir que es en este espacio en donde
se prepara la tierra para que se puedan desarrollar los aspectos cognitivos,
afectivos y sociales. Las características de este brote se irán construyendo en
este primer espacio de interacción entre la madre y el bebé. En este sentido,
dependiendo de lo que ocurra en la relación madre-hijo se delineará si dicha
tierra será fértil o árida.
El
Ministerio de Salud (2014) define la lactancia como una forma de alimentación
que tiene múltiples aportes positivos, tanto biológicos como psicológicos. A su
vez, la Organización Mundial de la Salud (2014) la define como la forma ideal
de aportar los nutrientes necesarios que el bebé necesita para poder
desarrollarse de forma saludable.
Sin
perjuicio de lo anterior en esta oportunidad me gustaría poder poner la
atención sobre un proceso implícito que ocurre durante la lactancia, que es el
proceso de vinculación entre la madre y el bebé, ese fluir de interacciones
cotidianas que van a regular la forma en que los niños se enfrenten a su vida
en sus áreas emocionales, cognitivas y sociales; esto es el vínculo afectivo.
Podríamos
agregarle a las definiciones antes mencionadas que la lactancia es un espacio
relacional que invita a dos sujetos, la madre y el hijo, a un encuentro íntimo,
un contacto corporal y afectivo de interacciones recíprocas, donde se entreteje
el vínculo afectivo en el bebé y se reafirma o redefine el de la madre.
Partiendo de la base de que el ser humano es un ser social, el vínculo afectivo
lo podemos entender como una serie de conductas innatas que en su complejidad
buscan el mantenimiento de la proximidad (Miró en Crittenden, 2002).
El niño
recién nacido, hasta los dos años, se conoce a sí mismo y al mundo desde la
experiencia corporal Este es un proceso
paulatino y progresivo que va desde el sentir de los cambios fisiológicos de su
propio cuerpo, al explorar el mundo con sus propias manos, boca, piernas, etc.
En otras palabras con el contacto. Es por esto que el niño conoce y reconoce desde
el tocar las cosas. Entonces, es importante tener en cuenta que la relación
entre el niño y la madre es principalmente corporal.
De este
modo la lactancia es un espacio vital importante para la experiencia del niño,
ya que el acto natural de sostener al bebé para amamantarlo lo sitúa en un
espacio corporal que da calidez, confianza y amor, lo que para el niño será muy
reconfortante y le permitirá sentir que está en un espacio seguro, desde donde podrá desplegar todas sus potencialidades
afectivas y cognitivas. Entonces, la forma en cómo la madre interactúe en
términos corporales con su hijo va a ir conformando las primeras bases de su
vínculo afectivo.
Sin entrar
en contradicción con lo anterior, es importante recalcar que, si bien para el
niño no hay sentido en las palabras en cuanto a su significado, el hablarle al
niño supone un intenso estímulo para su desarrollo neuropsicológico.
El bebé
puede elaborar una expectativa única y subjetiva sobre la disponibilidad y la
capacidad de respuesta de la madre. A esto, en psicología, se le conoce como calidad del vínculo (Miró en
Crittenden, 2002). En otras palabras, el bebé organizará su experiencia con su
madre en función de las conductas que ésta tenga, mediante el cual pueda
responder o no a sus necesidades. Por ejemplo, el hecho de que el bebé tenga
hambre supone una experiencia amenazante para éste. Es una experiencia de
supervivencia, pero también de dependencia, ya que el niño no puede obtener los
alimentos por su propia cuenta. Es por esto que depende de la capacidad de la
madre de responder a esta necesidad, cómo el niño evaluará su experiencia
afectiva.
A su vez,
el vínculo afectivo debe ser entendido como un proceso de aprendizaje de
regulación emocional, cognitiva y social (Crittenden, 2002). En otras palabras,
a través de este espacio el niño aprende a tolerar la frustración, a expresar o
inhibir su vivencia emocional, la capacidad de regular la intensidad de sus
afectos, la posibilidad de tener un contacto íntimo y genuino con sus propios
afectos y la de los otros, pero también puede aprender a expresar falsos
afectos, expresar de forma desregulada sus emociones, hasta alcanzar la
psicopatía.
Los estudios en la
psicología del niño dan cuenta de que los niños pueden tener dos tipos de
vínculo afectivos, a saber: el vínculo
seguro y el inseguro. El vínculo seguro se caracterizaría por la percepción
del niño mediante la cual la madre sería capaz de responder y estar disponible
frente a las necesidades del niño. Estos niños son capaces de integrar
armoniosamente sus afectos y sus pensamientos, tiene perspectiva de un otro y
empatizan con él, reconocer y expresan eficazmente sus emociones. El vínculo
inseguro sería la percepción que tendría el niño frente a la negligencia, la no
disponibilidad de la madre a las necesidades del bebé. De este tipo de vínculo
se han podido distinguir otros dos tipos:
a) Vínculo Evitativo:
Estos niños se
caracterizan por percibir el cuidado de su madre como una amenaza frente a sus
necesidades. Esto se explica en madres que rechazan la búsqueda de apego por
parte de sus hijos. Rechazan, ignoran o no pueden responder a las necesidades
de afecto. Pueden ser madres que para ellas mismas el contacto afectivo les
resulte algo complejo que manejar, madres
que no están disponibles por enfermedad, etc. El bebé entenderá entonces que su
propia expresión emocional conlleva consecuencias negativas, por ejemplo que la
madre se enoje, se frustre o llore frente al requerimiento de su hijo. En otras
palabras el niño experimentará el rechazo materno frente a sus propias señales
afectivas. Esto conlleva que el niño aprenda a evitar expresar sus emociones
(Crittenden, 2002).
En suma, los niños
con vínculo evitativo no pueden distinguir el significado de las señales
afectivas y aprenden a inhibir sus propias señales de deseo (Crittenden, 2002).
Son niños que se caracterizan por desconfiar de la experiencia emocional, son
altamente cognitivos, tienden a usar frecuentemente conductas encantadoras para
adelantarse a las situaciones conflictivas y agradar a sus padres, muchas veces
no saben cómo decir lo que sienten, pero saben identificar la emoción del otro.
Es aquel típico niño que parece más maduro que el resto de su edad, quien tuvo
que desplazar su espontánea expresión emocional característica de su edad por
un control excesivo de su conducta y su sentir.
b) Vínculo Ambivalente:
Los niños con un
vínculo ambivalente se caracterizan por percibir las conductas de sus madres
como inconsistentes. Esto se expresa en madres que se comportan de forma
impredecible frente a las expresiones emocionales del bebé, algunas veces
consuelan, otras se enfadan, otras son ineficaces, etc. Para el niño esto es
muy confuso. No puede interpretar claramente lo que percibe de los demás. En otras
palabras su cognición falla. Y falla también para poder regular y expresar
eficazmente sus emociones. Esta situación los mantienen en un nivel de
activación lo suficientemente alto como para producirles mucha ansiedad e ira
(Crittenden, 2002)
El niño, de este modo,
frente a su deseo de contacto emocional con su madre, podría sentir una intensa
ira hacia ella pero también un profundo miedo a perderla, debido a esta ira.
Este miedo responde a lo siguiente: el bebé al estar en un estado confuso
frente a la inconsistencia de su madre, se activa intensamente. Por lo general
esta irritación es rechazada por las madres, ya sea por su frustración, su
incapacidad de controlar la situación o por negligencia, a lo que el niño
experimentará dicha situación como una anticipación a perderla. De este modo el
comportamiento del niño es desorganizado e intenso, ya que no sabe cómo hacer
para captar la atención de su madre (lo que lo lleva a actuar de forma
descontrolada) y no puede predecir las conductas de ésta.
Por lo general estos
niños son catalogados como inquietos, desordenados e, incluso, con un trastorno
de déficit atencional e hiperactividad, pero es necesario indagar en el patrón
vincular que tenga este niño con su madre ya que esto podría estar influyendo
en su comportamiento.
Como puede observarse
el tema del vínculo afectivo es algo complejo. Es una instancia difícil tanto
para el bebé como para la madre. Si bien el vínculo es un proceso que se
asienta principalmente en el período de lactancia, este es algo que se va
confirmando y redefiniendo a lo largo de todo el desarrollo vital de las
personas.
Cada tipo de vínculo
tiene sus características básicas que van conformando la narrativa de las
personas. En este sentido no hay un tipo de vínculo que sea malo o bueno. Todos
tienen sus condiciones que limitan y posibilitan diversas oportunidades para la
vida de las personas. Es importante destacar, en esa línea, que a medida que
se va conociendo y re-conociendo la forma particular en que se está vinculando
el niño, este proceso debe conllevar un espacio de aceptación, respeto y amor.
A pesar de que las
madres intenten hacer todo lo posible por darles lo mejor a sus hijos, el cómo
vivirá el vínculo afectivo dependerá muchas veces de factores que no dependen exclusivamente
de ella. Esto es importante ya que las madres no son sólo madres, son mujeres,
personas legítimas que tienen sus propios afectos, sus propios estilos
vinculares, una vida social, trabajan, tienen familia, pareja, problemas
económicos, etc. Estos son factores que van regulando la posibilidad de
respuesta de las madres, en la medida que pueden hacer que ellas se frustren,
se estresen, se cansen o se irriten más fácilmente. De este modo es importante
señalar que aquellas sensaciones negativas propias del proceso de crianza son
parte de este complejo proceso. Es natural que las madres se frustren, se
sientan tristes, se alegren, lloren, rían, etc. En otras palabras, que sientan un abanico de variadas emociones.
Es importante
entonces que las madres aprendan también a re-conocerse, estén atentas a lo que
a ellas les ocurra para que puedan anticiparse a situaciones de estrés que
conlleven un mal trato a sus hijos. Así
podrán pedir la ayuda oportuna a sus familiares, amigos, pareja, etc.
El desarrollo del
niño no se desenvuelve únicamente con la madre. Si bien es la relación más
importante para su desarrollo, la inclusión de otros familiares, como el padre,
hermanos, primos, tíos, abuelos, permite que la estimulación social y el
aprendizaje de la regulación del bebé sean más ricos, lo que conllevará un
crecimiento más saludable. En otras palabras, se hace un llamado a la familia
entera a que se haga responsable de esta etapa que conlleva tantos cambios, que
requiere adaptarse y re-organizar la experiencia en nuevas estrategias, nuevos
sentires y pensamientos que permitan el brote de las potencialidades de cada niño y niña.
Equipo de Salud Mental
Cesfam Garín
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