Las personas tenemos un cerebro altamente social, y por ello fácilmente podemos contagiar nuestras emociones o, por el contrario, vernos “infectados” de las que expresan los demás.
Nuevas investigaciones presentan que observar el estrés
experimentado por otras personas puede desencadenar una respuesta similar en
nuestro organismo. Ver reír a
alguien o a un grupo llevaría a que se desencadene nuestra risa; acompañar a
una persona en un momento difícil, a sentirnos tristes; mirar bostezos, a no
poder evitar comenzar a abrir la boca y también hacerlo, etc. Todas éstas son
pruebas cotidianas de que las emociones son contagiosas.
Desde el descubrimiento de las neuronas espejo o especulares por
el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti y su equipo de la Universidad de Parma, la
curiosidad creció aún más. En su morfología, las neuronas espejo no se
distinguen de las otras células nerviosas, pero sí lo hacen por la doble
función que cumplen: se excitan ante determinadas acciones, las realicemos
nosotros o las observemos en otros. Los múltiples trabajos realizados desde su
hallazgo demuestran que las implicaciones que tienen trascienden el campo de la
neurofisiología pura, ya que el sistema de espejo permite hacer propias las
acciones, sensaciones y emociones de los demás.
Un trabajo más actual sobre cómo los estados
emocionales de los otros influyen en nosotros fue llevado a cabo por Veronika
Engert, del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas. Esta investigación
presentó que con el solo hecho de ver a una persona sobrellevar una situación
estresante puede ser suficiente para hacer que nuestro organismo libere
cortisol (más conocido como "la hormona del estrés").
El trabajo se realizó con voluntarios de ambos sexos, algunos
desconocidos entre sí y otros que eran pareja. Se formaron dos grupos, uno con
quienes no estaban emparentados y el otro con los que sí. La tarea consistió en
que 211 voluntarios observaran a otra persona que era sometida a responder una
entrevista exigente o a resolver cálculos aritméticos desafiantes, con el fin
de inducirlos a sentir estrés. El resultado fue que solo el 5% de los sujetos
de prueba consiguieron mantener la calma; el restante 95% tuvo un aumento
significativo en sus niveles de cortisol.
Las observaciones fueron de dos tipos: a través de un espejo
unidireccional o por medio de videos. Cuando la visualización de un extraño se
realizó a través del espejo un 30% de los participantes presentó un notable
aumento del cortisol, y este porcentaje llegó al 40% cuando las personas
estaban emparentadas con quien debían contemplar.
Esto último los llevó a concluir que si bien la cercanía es un
facilitador empático para el estrés, no es una condición necesaria para que se
produzca. Incluso la presentación de las personas que pasaron por la prueba a
través de un video fue suficiente para que un 24% de los observadores vieran
sus niveles de cortisol acrecentados.
Partiendo de que en la actualidad uno de los males que aqueja
nuestras sociedades es el alto nivel de exigencias, horas de trabajo, poco
descanso, transito complicado, etc., resulta importante tener presente como sin
quererlo nos transmitimos el estrés unos a otros.
Cierto nivel de exigencia nos activa y puede ser necesario para
que podamos estudiar, cumplir con nuestro trabajo, tareas, etc., pero si es
desmedido será contraproducente y afectará toda nuestra UCCM (unidad cuerpo
cerebro mente).
Las obligaciones desmedidas tanto en el aula como
en el trabajo perjudican principalmente dos áreas del cerebro, en donde se
encuentran una gran cantidad de receptores de hormonas del estrés: el hipocampo (implicado en
la formación de nuevos recuerdos) y la corteza prefrontal (involucrada en las
funciones cognitivas complejas: toma de decisión, adecuación del
comportamiento, planificación, pensamiento consciente).
Si el estrés es transitivo, tal como arroja el
estudio del Instituto Max Planck, ya que observar a otra persona en una
situación complicada puede ser suficiente para hacer que nuestros propios cuerpos
liberen la hormona cortisol.
¿Qué podemos hacer?
Es importante dar espacios para que la UCCM se recupere de los
esfuerzos. Los descansos durante el día no son una pérdida de tiempo, sino, por
el contrario, una optimización del mismo: permiten que el organismo vuelva a
contar con la energía necesaria para responder a las tareas.
Facilitar e impulsar momentos sociales que posibiliten charlas
distendidas disminuye el estrés, además de crear vínculos más humanos.
Finalmente, es vital desarrollar la responsabilidad que cada uno
de nosotros tiene en la generación de medios o contextos contribuyentes a
nuestra mejor expresión, ya que si bien el estrés se contagia, las emociones
positivas también. Antes de entrar a clase, a trabajar, a nuestro hogar, o al
salir a la calle, la pregunta que debemos hacernos es: “¿Qué estado emocional
voy a contagiar?”, y luego ser capaces de gestionarlo si no es el apropiado.
Puede parecer algo sencillo, pero, sin embargo, el simple hecho de hacernos una
pregunta activa nuestro cerebro y lo incita a buscar una respuesta para
hacernos conscientes de cómo nos encontramos emocionalmente. Este proceso
también puede realizarse al inicio del día laboral, de una reunión, actividad,
etc.
NSE. Marita Castro.
Cristopher Palacios C.
Interno de Psicología
Universidad Mayor
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